Parque Central Cd. Juárez

jueves, 28 de mayo de 2009

Sobre la Muerte de un Amigo

Salmo 9:12 Porque el que pide cuentas de la sangre derramada, se acuerda de ellos; no olvida el clamor de los afligidos.

Ayer subí a este blog el artículo anterior sin saber que unas horas más tarde iba a ser vilmente asesinado un amigo y compañero de escuela: Oscar Urías Cantú. Primero que nada quiero expresar nuestro más sentido pésame a toda su familia en especial a su esposa e hijos, le pedimos al Señor Jesucristo que los ayude y consuele como sólo él puede hacer.

Oscar era hijo de familias Juarenses muy conocidas, gente de trabajo, gente de bien. Se casó con una joven Juarense que creo conoció en la Secundaria del Parque, hermana de uno de nuestros compañeros del salón. Su historia debería haber sido diferente, debería haber vivido para contar a sus nietos las aventuras que vivimos cuando éramos adolescentes, contarles de nuestros buenos maestros y sobre todo de lo que había vivido y aprendido de su padres, de sus abuelos, de sus tíos y de sus hermanos. Contarles a sus nietos lo que era crecer en esta maravillosa ciudad que hace 40 años llegaba hasta la Plutarco Elías Calles y la Posada Pompa. Debería haber tenido la oportunidad de vivir su vida en paz y sin temor.

Pero no fue así, fue otra trágica víctima del mal que nos agobia. Víctima de personas que están dispuestas a matar a una persona porque no les dio lo que le pedían o simplemente porque querían demostrar que lo podían matar. No sabemos porque lo hicieron, lo único que sabemos es que cometieron una gran injusticia como la han cometido contra muchos de las más de 600 personas que han sido asesinadas en lo que va del año. Oscar es solamente un caso de los más recientes cuyo nombre reconocemos, pero es uno más entre los cientos que han muerto desde el año pasado de manera tan absurda y brutal.

Me duele muchísimo la muerte de este hombre, fue mi compañero en la Secundaria del Parque y en la Prepa del Chamizal, somos de la misma edad, llegamos a jugar basket juntos, pero mientras yo espero el nacimiento de mi nieto, él será sepultado por su querida familia. Eso me duele porque no soy mejor que él y no soy más merecedor de nada de lo que he recibido. Al preguntarme ¿por qué él? tengo que concluir que pudo haber sido cualquiera y eso lo hace aún más triste. Mañana puede ser otro compañero, otro vecino, otro juarense, otro mexicano.

¿Qué podemos hacer? ¿Cuánto tiempo nos tomará que esta ciudad cambie? ¿Cómo se puede cambiar una ciudad y un país que está inmerso en tanto mal? Ya lo he dicho antes, creo que el cambio empieza cambiando yo. Y yo cambio cuando en una actitud humilde reconozco y me arrepiento de todo aquello en mí que se rebela ante la Ley de Dios. El mal que está en nuestra ciudad también está en mi corazón, se llama pecado. No puedo pedirle a Dios que cambie a Juárez si no estoy dispuesto a que primero me cambie en lo personal dejando atrás ese pecado que lo ofende y agravia. El cambio empieza en mi corazón, en mi moralidad, en mi amor por la justicia y la rectitud. La buena noticia es que Jesús vino precisamente para cambiar pecadores injustos y hacerlos nuevas personas amantes de sus mandatos. El cambio empieza cuando cada uno de nosotros se acerca a Dios para buscar ese cambio personal.

Además, el cambio empieza en mi casa, en la instrucción y corrección de mis hijos; el cambio empieza en mi celosa participación ciudadana; el cambio empieza en el cumplimiento responsable de mis obligaciones; el cambio empieza en mi respeto absoluto a la legalidad; el cambio empieza en la oposición tenaz a mi propia indolencia. El cambio empieza en tomarme el tiempo de escribir estas cosas, que aunque pareciera que no contribuyen a cambiar en nada las cosas, pueden ayudar a que no se nos olvide lo que está pasando para que cada día seamos más los que estemos comprometidos a buscar un cambio para nuestra querida ciudad.

Unámonos en oración y clamor a Dios por nuestra ciudad y unámonos en la disposición de que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para contribuir a que poco a poco este terrible mal sea eliminado de nuestro País. Pero unámonos en la firme determinación que el cambio empieza en nuestro propio corazón.
Que Dios te bendiga,

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