Parque Central Cd. Juárez

martes, 2 de febrero de 2010

¿Qué le decimos a una Ciudad en Duelo?

Con motivo de la terrible masacre del sábado 30 de enero del 2010.

¿Qué podemos decirles a las familias que este pasado fin de semana perdieron a sus seres queridos? ¿Qué les decimos a las madres que recibieron los cuerpos de sus hijos asesinados cobardemente por un grupo de hombres sanguinarios? ¿Qué le decimos a una ciudad estremecida por el nivel de brutalidad y salvajismo demostrado en este suceso tan deplorable y doloroso? Nadie tiene palabras que puedan ayudar o que puedan explicar esta locura. Solo atinamos a decir que esto no debería estar sucediendo. Que nos duele a todos, que nos duele mucho y que deseamos que esto se acabe.

Pero algo debemos decir, pues quedarse callados ante este terrible mal tampoco es aceptable. A las familias de estas jóvenes víctimas y de los cientos que en estos años han experimentado el quebranto de un corazón desecho por la violencia injusta les tenemos que decir que lo sentimos muchísimo y que quisiéramos poder ayudarlos en algo, pero que reconocemos que sólo Dios tiene la capacidad de consolar ese dolor tan extremo que viven. Qué le pedimos a ese Dios, que por amor envió a su único hijo a morir por nosotros en manos de hombres brutales y sanguinarios, que se compadezca de todos los que sufren y que viven lo que él mismo ha de haber sufrido al ver a su hijo crucificado en una cruz. A ese Dios le pedimos que los sostenga, los ayude y los conforte con gracia milagrosa que solo él puede derramar sobre sus criaturas desconsoladas y desconcertadas.

Ahora, ¿qué les decimos a las autoridades que están viendo todo esta tragedia y no atinan a hacer algo sensato para ayudar a la gente? ¿Qué les decimos a los políticos que están más preocupados por su carrera política y el poder de sus partidos que de trabajar y contribuir a que esta ciudad y este País no sean destruidos irremediablemente? ¿Qué les decimos a los gobernantes que siguen afirmando que en Cd. Juárez no pasa nada y que minimizan lo que mundialmente es reconocido como una verdadera tragedia histórica? Les tenemos que decir que Dios les ha delegado autoridad en esta tierra para que sirvan a la gente como ministros de bien y que es ante él principalmente que deberán dar cuentas de su indolencia e ineptitud. Que deberán darle razón por haber maltratado a la gente en lugar de haber procurado con todo su esmero su bienestar, pues ser gobernante es primordialmente una gigantesca responsabilidad no su privilegio. Debemos anunciarles también, que han de cosechar del pueblo que han agraviado y descuidado su repudio y desprecio general. Que no deben asumir que podrán seguir desatendiendo las necesidades genuinas de toda una nación sin que haya consecuencias terribles para todos. Debemos decirles que deben responder y resistir el mal con todas sus fuerzas, procurando que se detengan a los culpables y se establezca de nuevo la justicia en esta ciudad, pues para eso han sido designados como autoridades.

Y, ¿qué les decimos a los asesinos? ¿Qué les decimos a toda esa gente que anda por nuestras calles con sus armas haciendo el mal y, en una arrogancia suprema, creyéndose con el derecho de quitarle la vida a otro ser humano? ¿Qué les decimos a esos jóvenes que han abandonado todo valor moral y que por lealtad a una pandilla están dispuestos a convertirse con total desenfreno en asesinos inhumanos? ¿Qué les decimos a los jefes de las organizaciones criminales que combaten contra otros por la ambición de encumbrarse como dueños de esta ciudad? A ellos les debemos decir que Dios no puede ser engañado, que todo lo que el hombre siembre eso también cosechará. Que hay una ley que dice que el que vive por las armas, por ellas mismas ha de caer. Les decimos que no en vano Dios ha dicho “No Matarás” y que él como nuestro creador ha de reclamar la sangre derramada de aquellos que fueron creados a su imagen y semejanza. Pero también, debemos decirles que deben arrepentirse y abandonar ese camino de muerte, pues ellos también fueron hechos a imagen y semejanza de Dios. Que no son animales y que, aunque esté endurecida por el mal, tienen un alma que es eterna. Que Cristo murió para darles la oportunidad de que en arrepentimiento por sus pecados se vuelvan a Dios. Así que los llamamos y los exhortamos con todo nuestro corazón a que dejen sus armas y caigan de rodillas ante Dios todopoderoso que ha visto todas sus acciones y que ha de juzgarlos por ellas; pero también que mientras tengan vida él está dispuesto a escuchar a aquel que con un corazón quebrantado y arrepentido clame a él por su salvación.

Y por último, ¿qué les decimos, a nuestros hijos que nos preguntan por qué pasa esto en nuestra ciudad? ¿Cómo les explicamos este género de maldad? ¿Cómo les damos algo de esperanza de que esto va a cambiar algún día? A final de cuentas, ¿qué le decimos a todos los Juarenses que pasmados atestiguamos el continuo deterioro de nuestra comunidad? ¿Qué nos decimos a nosotros mismos que no alcanzamos a comprender lo que sucede y que nos sentimos aún sin palabras para nosotros mismos? Debemos decirnos que Dios nos dice que en él siempre hay vida y esperanza (Salmo 130). Que ya es tiempo de que todos volvamos nuestros ojos al que ha transformado no ciudades ni países enteros, sino a la historia de la humanidad con las sencillas buenas nuevas de que Jesús ha venido precisamente para salvar al mundo de toda esta maldad. Que si hemos cosechado un mal terrible por nuestro abandono de sus mandatos, podemos ahora sembrar todo lo contrario y, que si no desistimos, a su tiempo cosecharemos para bien. Debemos decirnos que el gran mal solo se puede enfrentar con el gran bien. Y que él es nuestro gran bien por lo cual es digno de que depositemos en él toda nuestra esperanza. Por lo tanto, necesitamos decirnos que no debemos desistir, ni desfallecer en procurar el bien de nuestras familias, de nuestra ciudad y de nuestro País. Que si renunciamos a nuestra responsabilidad de responder a este mal, estaremos condenando el futuro de nuestros hijos. Este gran mal debe llevarnos ahora más que nunca a decirnos: “no te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Rom 12:21).