Parque Central Cd. Juárez

miércoles, 2 de julio de 2008

HACIA EL VALLE DE LA DECISIÓN

¿Y qué pasa si la situación actual que vive nuestra ciudad, que vive nuestro país, no cambiara sino que se pusieran peor cada día, como parece es el caso? ¿Qué podríamos hacer con nuestras propias fuerzas? Nada, considero que realmente nada.

Desde los tiempos antiguos, los pueblos han enfrentado azotes imprevistos de todo tipo, igual como sucede hoy, aunque ahora a los flagelos, se le agregan los graves problemas sociales e inexplicables.

Saber con anticipación estos hechos nos invitaría a tomar una posición, por el temor y la incertidumbre básicamente, con la que buscáramos explicar el mundo o acaso una donde pretendamos influir en el entorno. Pero ante la gravedad de lo que vivimos, ya no se trata de formarnos a esperar, sea en la fila de los pronunciamientos optimistas o de los pesimistas, se trata de actuar.

Pero vamos por partes, los primeros son los que recomiendan vivir la vida como “si nada pasara”: gastar y divertirse sin miedo entre las balas, los incendios y montones de cadáveres aun calientes, en espera del próximo mensaje de las bandas en espacios públicos, suponiendo que tarde o temprano la pesadilla se acabará con la reconquistada prosperidad y todo quedará como un mal sueño producto de la indigestión. Si cerramos nuestros ojos y los mantenemos así, pronto todo habrá pasado. Por el contrario, los pesimistas, consideran que nada tiene remedio y critican todo a su alrededor atemorizados y sin esperanza pero también sin cambio alguno en sus vidas. Son prácticos.

¡No!, no es ya momento de hacer fila ni es posible escapar; es el tiempo de la decisión, de una decisión personal, de una decisión definitiva. Nuestra ciudad, al igual que otras en el país, padece una calamidad dolorosa que no parece tener solución humana, no en el corto plazo al menos. Pero no solo la vive la ciudad en lo abstracto sino que la vivimos los ciudadanos. De manera similar a las plagas destructivas de otros tiempos, lo que se experimenta día con día, tiene todos los rasgos de un azote de proporciones gigantescas como un enjambre ominoso. El enemigo es invisible, es feroz y violento e implacable. Dirige sus golpes de todo tipo contra objetivos armados y desarmados, adultos y niños, en la vía pública, en casas y hospitales e incluso hasta en el extranjero pues no respeta fronteras ni límites, ni edad y mucho menos nivel social.

Los medios reportan que se concentra en nuestra ciudad un número pavoroso de homicidios. El mal es ahora un asesino a sueldo. Todas las fuerzas de los órdenes de gobierno han probado su insuficiencia y los convoyes forman parte ya del paisaje. Dios bendiga a los cuerpos de seguridad y a sus familias. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo nos explicamos esto?

Así como cuando enfrentamos los momentos más duros de nuestra vida y ya desesperados nos encomendamos a una fuerza superior en busca de un milagro, hoy es necesario clamar a Dios por Juárez. Dios tiene todo en su mano. Seguramente este clima descompuesto no es sino la consecuencia del pecado acumulado. Pecado quiere decir alejamiento de Dios. Todos, no hay excepción, somos responsables de ese alejamiento. Unos por apatía; otros por comodidad; otros mas por incredulidad.

Hace unos días un conocido, al comentar los incendios de los centros nocturnos, me dijo con sorna: “Ahora solo nos queda ir a la iglesia” pero lo decía con sarcasmo como si se tratara de un sitio al cual ir como último recurso a falta de esparcimiento. Este hombre había dicho, sin percatarse, una algo muy acertado y necesario.

Iglesia, diferente a templo, quiere decir asamblea, reunión. Las iglesias son edificios vivos y no teatros rutinarios de fin de semana. Los apetitos y las inclinaciones que mueven corazones y gatillos solo cambian de intensidad y se mueven en otros ambitos, pero en esencia, somos iguales. La guerra que vivimos, y que no es de “baja intensidad” tiene como motor un apetito de riqueza y de poder. ¿Acaso no todos tenemos de esto un poco o un mucho? Eso ofende al Señor.

Seguramente Dios en su santidad se indigna de ver a esta ciudad sumida en un constante alejamiento y solo preocupada por recuperar sus comodidades y sus diversiones “seguras” sin meditar mucho o nada sobre este “inconveniente”. Si las cosas como estaban nos trajeron a este punto, ¿debemos buscar el regreso?

Ante la situación presente, sólo podemos volvernos a Dios para obtener salvación. ¿Cómo? Mediante una oración personal en que reconozcamos ante Él, de manera directa, todos nuestros pecados: violencia, lujuria, avaricia, mentira, incredulidad, apatía y pidiendo su perdón pero sobre todo pidiendo a Dios que transforme nuestros corazones, que nos quebrante y que ante lo que viven nuestros vecinos y vivimos nosotros, sintamos un hondo dolor, una gran compasión y verdadero arrepentimiento. Que nos duela Juárez y nos duela mucho. Que busquemos a Dios y busquemos de Él. Que los habitantes de Ciudad Juárez, arrepentidos, volvamos una y otra vez el rostro a la gracia restauradora del Señor y nos congreguemos en alguna iglesia. Entonces estaremos preparados ante el valle de la decisión y lo más valioso que tenemos, nuestra alma, habrá sido salvada.

Antonio Canchola Castro