“El Señor dará fuerza a su pueblo;
el Señor bendecirá a su pueblo con paz.”
Salmo 29:11
Hace un par de semanas, un jueves por la tarde, con un clima excelente para ser febrero, conducía yo por la Casas Grandes rumbo a Jilotepec. Al llegar al cruce con Montes Urales, esperando la luz verde para poder dar vuelta a la izquierda, se acercaron dos muchachas de una iglesia cristiana pidiendo apoyo para un viaje misionero. Sentí gusto y mientras buscaba algunas monedas que darles, les pregunté: “¿Cuándo viene Cristo?”
La Palabra nos informa que debemos estar atentos a su regreso. ¡Velad! es una de las instrucciones; velemos, no sea que estemos dormidos o distraídos aquél día prometido en el que le veremos tal como Él es.
Días mas tarde, en sentido contrario, rumbo al centro de la ciudad, en esa misma cuadra, un hombre yacía en el asfalto, cercado por llantas para desviar el tráfico. Pensé que había sido atropellado. Sentí dolor. Cuando leí las noticias resultó que el hombre, que viajaba con su mujer encinta, era perseguido y al ser alcanzado, para protegerlos, salió y se alejó del auto y fue asesinado por una cuadrilla de bellacos. ¿Cuándo viene Cristo?
La misma pregunta formulada en dos episodios lejanos; uno de vida y entusiasmo, y otro, con la amargura de la violencia; ambos a unos metros de distancia y yo asomado a la misma ventana y por gracia, acompañado por el mismo Dios.
Cuando le hice la pregunta a las muchachas, respondí mentalmente: “Cristo viene pronto” como si me quisiera adelantar a la respuesta y esto lo anhelé porque es nuestra mayor aspiración.
Pero una de las dos muchachas, vivaz y sonriente, respondió sin apenas pensarlo y con toda certeza: “¡Cuando Él quiera!” Me encantó la respuesta. Vi en esas tres palabras todo el alcance de Su poder antes de dar la vuelta gozoso rumbo a la espera.
Antonio CANCHOLA CASTRO
el Señor bendecirá a su pueblo con paz.”
Salmo 29:11
Hace un par de semanas, un jueves por la tarde, con un clima excelente para ser febrero, conducía yo por la Casas Grandes rumbo a Jilotepec. Al llegar al cruce con Montes Urales, esperando la luz verde para poder dar vuelta a la izquierda, se acercaron dos muchachas de una iglesia cristiana pidiendo apoyo para un viaje misionero. Sentí gusto y mientras buscaba algunas monedas que darles, les pregunté: “¿Cuándo viene Cristo?”
La Palabra nos informa que debemos estar atentos a su regreso. ¡Velad! es una de las instrucciones; velemos, no sea que estemos dormidos o distraídos aquél día prometido en el que le veremos tal como Él es.
Días mas tarde, en sentido contrario, rumbo al centro de la ciudad, en esa misma cuadra, un hombre yacía en el asfalto, cercado por llantas para desviar el tráfico. Pensé que había sido atropellado. Sentí dolor. Cuando leí las noticias resultó que el hombre, que viajaba con su mujer encinta, era perseguido y al ser alcanzado, para protegerlos, salió y se alejó del auto y fue asesinado por una cuadrilla de bellacos. ¿Cuándo viene Cristo?
La misma pregunta formulada en dos episodios lejanos; uno de vida y entusiasmo, y otro, con la amargura de la violencia; ambos a unos metros de distancia y yo asomado a la misma ventana y por gracia, acompañado por el mismo Dios.
Cuando le hice la pregunta a las muchachas, respondí mentalmente: “Cristo viene pronto” como si me quisiera adelantar a la respuesta y esto lo anhelé porque es nuestra mayor aspiración.
Pero una de las dos muchachas, vivaz y sonriente, respondió sin apenas pensarlo y con toda certeza: “¡Cuando Él quiera!” Me encantó la respuesta. Vi en esas tres palabras todo el alcance de Su poder antes de dar la vuelta gozoso rumbo a la espera.
Antonio CANCHOLA CASTRO